Un niño adulto
GUATEMALA CITY.- El pequeño de la foto tan sólo tiene 14 años pero hablando con él parece mucho mayor. A su corta edad ha vivido en la calle, ha formado parte de las pandillas y dice que los anestésicos que le dan los médicos no le hacen efecto porque “como me drogaba…”
Asegura que cuando salga del Hospital ya no quiere estar en la calle porque no desea acabar como la mayoría de sus cuates (amigos), es decir, con un tiro en la sien.
“Me vine del pueblo porque ya estaba cansado de vivir allí. Cuando llegué me puse a lustrar (trabajar de limpiabotas) pero me encontré a un cuate y me fui con él” . Su amigo iba a comprar pegamento para drogarse. “Me dijo que lo probara y lo hice. Me gustó y de ahí fui agarrándome”.
El siguiente paso fue integrarse en una pandilla, en la 33. Para ello hay que pasar el bautizo. “Está bueno órale, les dije. Primero me empezaron a tirar cohetazos (dar puñetazos) y como yo les di riota (se defendió) se me tiró otro y comenzaron a volar patadas. Me dejaron morada la cara”.
Ahora está en el hospital con una quemadura de segundo grado en su brazo izquierdo. “El chavo me quería robar la droga y yo no me dejé y le pegué su puyo (puñalada) y entonces bajaron otros a vengarse. Yo estaba durmiendo cuando sentí el fogonazo. Me echaron disolvente y prendieron fuego. No me podía quitar la chumpa (abrigo)”.
En su agitada vida ha sido testigo de la limpieza social. “Cuando vi agarraron a uno de los chavos que yo conozco y le pegaron un cohetazo así con la pistola”. Asegura, como la mayoría de los pandilleros, que es la propia policía la que los está matando. Nos cuenta también que “cuando vivía en Los Ángeles (un barrio capitalino) conocí a otra mara y a todos se los volaron. Los rociaron con la UZI (tipo de metralleta) en el mercado. Bajaron de un carrito blanco y comenzaron a disparar, ¡pa, pa, pa!”.
Asegura que cuando salga del Hospital ya no quiere estar en la calle porque no desea acabar como la mayoría de sus cuates (amigos), es decir, con un tiro en la sien.
“Me vine del pueblo porque ya estaba cansado de vivir allí. Cuando llegué me puse a lustrar (trabajar de limpiabotas) pero me encontré a un cuate y me fui con él” . Su amigo iba a comprar pegamento para drogarse. “Me dijo que lo probara y lo hice. Me gustó y de ahí fui agarrándome”.
El siguiente paso fue integrarse en una pandilla, en la 33. Para ello hay que pasar el bautizo. “Está bueno órale, les dije. Primero me empezaron a tirar cohetazos (dar puñetazos) y como yo les di riota (se defendió) se me tiró otro y comenzaron a volar patadas. Me dejaron morada la cara”.
Ahora está en el hospital con una quemadura de segundo grado en su brazo izquierdo. “El chavo me quería robar la droga y yo no me dejé y le pegué su puyo (puñalada) y entonces bajaron otros a vengarse. Yo estaba durmiendo cuando sentí el fogonazo. Me echaron disolvente y prendieron fuego. No me podía quitar la chumpa (abrigo)”.
En su agitada vida ha sido testigo de la limpieza social. “Cuando vi agarraron a uno de los chavos que yo conozco y le pegaron un cohetazo así con la pistola”. Asegura, como la mayoría de los pandilleros, que es la propia policía la que los está matando. Nos cuenta también que “cuando vivía en Los Ángeles (un barrio capitalino) conocí a otra mara y a todos se los volaron. Los rociaron con la UZI (tipo de metralleta) en el mercado. Bajaron de un carrito blanco y comenzaron a disparar, ¡pa, pa, pa!”.
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