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Lugar: Guatemala, Guatemala City

Este blog nace de una amistad que se forjó a finales de los noventa en algún antro de Salamanca. Sus autores consideran que el periodismo sigue siendo el oficio más bonito del mundo. Lourenço ha llevado esa máxima desde Asturias hasta Guatemala y Canal la practica desde Madrid. Los dos juntos te ofrecen, querido lector, otra ventana al mundo. Que la disfrutes...

domingo, enero 08, 2006

Mareros



GUATEMALA CITY.- Las maras (pandillas juveniles) son un fenómeno social que se extiende por toda Centroamérica y afecta sobre todo a Guatemala, Honduras y El Salvador. Su origen está en las pandillas que se gestaron en los barrios marginales de las grandes ciudades estadounidenses. Jóvenes inmigrantes excluidos y rechazados por la sociedad se unen y organizan a partir de los años setenta. Posteriormente son expulsados de los Estados Unidos y mandados de vuelta a los países de sus padres.

Para muchos la solución es simple, “matarlos a todos”. Es decir seguir las enseñanzas del proverbio “muerto el perro se acabó la rabia”. Y, por desgracia, es la política llevada a cabo en la mayoría de ocasiones. Agrupaciones vecinales hartas de las extorsiones y las amenazas toman la justicia por su mano y ejecutan a estos jóvenes de manera salvaje. De su parte tienen la impunidad reinante en el país. Sólo una mínima parte de los crímenes son juzgados y condenados. La misma policía es responsable de cientos de asesinatos en lo que se puede convertir en una auténtica “limpieza social”.

Pero la realidad es siempre más compleja y el asesinato selectivo no acabará con el problema sino que lo agravará aún más. Por supuesto que no le podemos explicar a las víctimas de los pandilleros que la verdadera culpable es la sociedad, la injusticia reinante y las desigualdades existentes en un país donde más del 60% vive bajo los umbrales de la pobreza.

La manera de actuar de las maras es la siguiente: Operan por sectores, normalmente en los barrios obreros y en las colonias más pobres de la ciudad. Se dedican a cobrar el “impuesto revolucionario” a los comerciantes y particulares del barrio. Si no pagan acaban con ellos. La droga siempre anda rondando y el tráfico de estupefacientes es otra de sus fuentes de ingresos. Suele existir un cabecilla y una rígida jerarquía dentro del grupo. Para entrar se debe pasar por una serie de ritos iniciáticos que suelen consistir en el asesinato de alguna persona. De esta manera demostrarán que están preparados. La mayoría comienza a una edad muy temprana, a los trece o catorce años e incluso antes. Casi siempre actúan bajo la influencia de las drogas que le dan el valor necesario para cometer los crímenes más atroces. Pero ¿qué es lo que impulsa a estos jóvenes a ingresar en estas organizaciones criminales y a empuñar un arma?

Muchas veces es la única manera que tienen de salir adelante, de verse reconocidos, de sentirse integrados o pertenecer a algo. La mayoría proceden de hogares rotos, de familias marginadas. No temen a la muerte porque saben que tarde o temprano se enfrentarán a ella y viven al límite. Muchos no llegarán siquiera a cumplir los veinte.

Mientras no se tomen las medidas necesarias para acortar la brecha que separa a los ricos de los pobres, mientras no se solucionen las injusticias sociales y se instaure un verdadero Estado de Derecho, la lucha continuará en las calles y las únicas víctimas serán, como siempre, los más desfavorecidos.

Las cifras de violencia son espeluznantes, casi 5000 asesinatos en el 2005, y por supuesto no son las clases más altas del país las más afectadas. Ellos no viajan en bus, ni caminan por calles conflictivas. Viven en zonas fuertemente custodiadas y vigiladas y son testigos de la violencia a través de los medios de comunicación. Por lo tanto, ¿a quién le va a interesar atajar los verdaderos problemas? Dejemos que se sigan matando entre ellos, que continúe la guerra y así se mantendrán ocupados y distraídos mientras todo permanece igual.